La arena (junto a la grava, la piedra triturada y los áridos) es el segundo recurso natural más explotado del mundo después del agua y su uso se ha triplicado en las últimas décadas.
Este material desempeña un papel clave en el mantenimiento de la biodiversidad, los servicios ecosistémicos, la protección del litoral o el desarrollo económico. Es esencial para producir el hormigón y el asfalto que sustentan gran parte del mundo moderno, o para fabricar botellas de vidrio. Y también tiene una gran importancia cultural y espiritual en muchos sitios del mundo.
Ante la amenaza de una grave crisis de la arena, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente lanza una serie de recomendaciones, la primera de ellas, reconocer el valor estratégico de este material. Además, en su último informe identifica algunas iniciativas interesantes puestas en marcha en el mundo para lograr un uso más racional de este recurso.
Aparte de controlar su extracción, otra forma de asegurar la continuidad de un material es recuperarlo al final de su utilización para volver a aprovecharlo de forma circular. Como explica Clara Delgado, investigadora de Azterlan, este es justamente el propósito de un proyecto llamado Eco-Sandfill, financiado con fondos Life de la UE: investigar cómo reaprovechar residuos de arena de fundiciones que ahora van mayoritariamente al vertedero para producir hormigón o mortero para la construcción.
Para el PNUMA, “reconocer la arena como un componente integral del paisaje y del sistema ambiental y comprender los procesos que controlan la distribución de la arena es el primer paso hacia la gestión sostenible”. Pues incide en que su extracción puede provocar cambios en las tasas de transporte de arena en ríos y zonas costeras que suponen una amenaza a las comunidades y los medios de subsistencia, no solo en el punto donde se saca el recurso, sino también río abajo.
